Vinagre y Rosas: Mis años con Joaquin Sabina
Corría el año de 1994, un año muy difícil. Haber acabado el colegio recientemente, me hacía pensar en el futuro. Y como a cualquier adolescente, me embargó una crisis existencial. En ese tiempo, empecé a escuchar muchas emisoras de radio. Una de ellas, la que me llamó la atención, fue Doble 9. Su programación de madrugada, sin ningún corte publicitario, empezaba con producciones discográficas de diversos artistas. En uno de esos días, de aquel año, descubrí a quien se convertiría en mi ícono, mi camino hacia mis lamentos y alegrías: Joaquín Sabina.
“Esta es boca es mía” se llama la primera producción discográfica que escuché por la radio, y me llamó mucho la atención con su voz aguardientosa, algo grave, pero a la vez melodiosa. Son canciones que destilan poesía, que se refieren a la vida, al sufrimiento, a la dicha, a la aventura. Pero fue una canción en particular la que más llamó mi atención, pues a partir de entonces, empecé a seguir su camino. Esa canción es “Más de cien mentiras”. Su letra provocó en mí el ideal de seguir cada día, a superar las dificultades que se presentaban en ese año de 1994.
Tenemos zapatos, orgullo, presente,
tenemos costumbres, pudores, jadeos,
tenemos la boca, tenemos los dientes,
saliva, cinismo, locura, deseo.
Tenemos el sexo y el rock y la droga,
los pies en el barrio, y el grito en el cielo,
tenemos Quintero, León y Quiroga,
y un bisnes pendiente con Pedro Botero.
Más de cien palabras, más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.
Fuero primeros casetes piratas comprados por el jirón Quilca. Luego, algunos originales. Y tiempo después, fueron los cedés que me hicieron descubrir más canciones de ese artista tan envolvente. Recuerdo que me enteré que Sabina iba a tocar con Pablo Milanés en el campus de la PUCP, pero esa oportunidad de escucharlo en vivo, lamentablemente, no se dio. Por esos mismos años noventa, el alcalde de Lima Alberto Andrade inauguraba el parque de Lima, más exactamente, el anfiteatro Alberto, en honor al flaco de Úbeda. Era el momento propicio para estar presente. Aunque no logré a entrar, me quedé cerca de la puerta con mi grabadora para escuchar su concierto. Sin embargo, para consuelo mío, la tristeza fue corta, porque, tiempo después, sus conciertos que dio en el Jockey Club del Perú fueron momentos que nunca me los perdí. Verlo en vivo entusiasmaba mi ánimo, sobre todo, cuando veía que muchos amigos míos también compartían mis impresiones y alegrías.
Hasta la fecha puedo presentarles una división en su producción discográfica. La primera de ellas se la puede clasificar como la vanguardia (donde reúne sus primeros discos). Acá se encuentran Inventario (1978), Malas compañías (1980), La mandrágora (1981), Ruleta rusa (1984), Joaquín Sabina y Viceversa (1987) y El Hombre del Traje gris (1988).
La segunda etapa la puedo definir como el despegue, ya que particularmente estas producciones permiten que el mercado latinoamericano llegue a conocerlo. Acá se encuentran Mentiras piadosas (1990), Física y Química (1992), Esta boca es mía (1994), Yo, mi, me, contigo (1996) y Enemigos íntimos (1998).
Y la última que se la puede denominar la consagración donde Sabina continúa demostrando su versatilidad en sus composiciones y estilos. En este grupo se encuentran 19 días y 500 noches (1999), Nos sobran los motivos (2000), Dímelo en la calle (2002), Diario de un peatón (2003), Alivio de Luto (2009) y Vinagre y rosas (2009).
Han pasado veinte años ininterrumpidos donde su música nunca falta en mi vida y siempre está conmigo, tanto así, que este pequeño blog lleva como título a una de sus inolvidables canciones.